mercredi 27 mai 2015

post protesta

Por fin el miedo cambió de bando. Trabajo con gente que tiene dinero. Algunos, mucho. Otros, no tanto, pero tener dinero es su ambición favorita. Yo si tuviera dinero me iría de viaje, haría una película, me pegaría una gran fiesta, dormiría en hoteles, bebería y me haría un trasplante de hígado, compraría algo de ropa, volvería a irme de viaje, invitaría a mis amigos y familia a una inolvidable velada con disfraces caros y maravillosos, les compraría regalos que siempre han querido pero nunca se han atrevido a comprar y protagonizaría algún que otro exceso.

El otro día, en una de nuestras charlas filosóficas que tanto me enamoran, hablaba con Maite de que nunca seremos ricas, porque somos demasiado derrochadoras. Si tenemos 5, nos gastamos 5. Si tenemos 100, nos gastamos 100. Si tuviéramos 100000 gastaríamos 100000. Después de un final de mes que duró 30 días, cuando por fin había cobrado, nos sorprendimos mirando viajes exprés para un fin de semana lujoso en la costa brava. Somos unas derrochadoras pobres. Pero si no hay dinero, pues no habrá dinero. Y me casaré cuando me enamore. 

El caso es que trabajo con gente fascinada con el dinero. O más bien, con el poder. A mí el dinero me gusta, pero el poder no me interesa nada. Ellos adoran el poder, seguramente mucho más que la pasta, el poder o esa cosa férrea que te sitúa por encima de otro. Las clases, las guapas, los diamantes, el triunfo, el dresscode idóneo, el punto justo de hipsteridad, la cantidad exacta de espontaneidad y un muchito de conservadurismo. Les gusta lo caro, los brillos y el protocolo. La exclusividad es su palabra favorita. 

Y ellos, fascinados, adoran una sociedad inmóvil, que premia a los arrebatados con el poder; una sociedad jerárquica que permite que todo siga como está, que así estamos todos tan a gustito, porque si tenemos jefes un día tendremos súbditos y si en algún momento nos consume la angustia de este sistema feudal ya nos tomaremos un diazepam, iremos a una clase de yoga o nos pegaremos una farra en una fiesta de maricas, que somos todas muy modernas y estamos muy liberadas. 

Coincido a diario con gente así, con gente que imaginaba en generaciones posteriores pero que son de mi edad o bastante más jóvenes, con gente que creía que habitaban despachos grises y aburridos pero se codean con la "modernidad" (esa palabra tan herida y maltratada) que alterna el Primavera Sound con halagos "frescos y trendy" a la herencia franquista. Coincido a diario con mucha gente así, que quiere seguir estando así, porque siempre podrán decir: "no, si a mí esto no me gusta, pero es lo que hay" y que ahora se ven obligados a embarcarse en una dirección. 

Trabajo con mucha gente así, de veintitantos o treintaypocos, que se compran dr. martens, polos fred perry, new balance y chupas de cuero pero que venderían su alma por ser influencers de Moët & Chandon o por subir 50 followers en Instagram. Y muchos de ellos están asustados. Asustados porque el miedo ha cambiado de bando. ¡Por fin!

Asustados porque una activista, de corazón valiente, bueno y punk, ha sido elegida frente a su estructura mohína y oxidada. Asutados porque ha llegado nuestra hora. La hora de las gordas, de las que no entendemos de protocolo, de las que no vestimos "bien" y nos meamos en el dresscode, de las que aborrecemos eventos de sociedad. Ha llegado la hora de las bolleras y de las vulgares, de las que llevamos el pelo demasiado corto, las zapatillas demasiado sucias o la barriga demasiado prominente. Escucho a mujeres muy jóvenes que, después de decir barbaridades sobre Colau sin fundamento en pro de un neoliberalismo que nos ha descuartizado, acaban criticándola por que está "gordita", ¡como si eso fuera ingenioso! Su último insulto es un insulto a su físico :o  Alucina, vecina. 

Y a mí esto me aterra. El egoísmo, el clasismo, el machismo, la homofobia y si queréis sigo con la retahila de fobias e ismos.  Pero confío en que ya no estoy sola. Porque ya lo dice Nacho "Nos quieren en soledad, nos tendrán en común"


dimanche 17 mai 2015

Quedo con mi hermana, mi cuñado y mis sobrinas. Pienso en lo mucho que quiero a esas niñas, en lo bonita que está mi hermana, en lo duro que debe ser ser madre y ver que tus hijas crecen. En lo feliz que me hace querer a mis padres como los quiero. Tengo suerte.

Maite ya está en Barcelona pero la han secuestrado. Fantaseamos continuamente con viajes, pisos, playas y salas de cine. Me gusta imaginar que me la puedo cruzar en algún callejón de esta ciudad que empieza a tener su nombre. Me gusta imaginar una vida que ya está pasando. Estamos juntas. Lo hemos conseguido.

Intento escribir el discurso de boda. Pero tengo la mente en blanco. La verdad es que tengo muchas cosas que decir acerca de ella. Desde que soy feliz me cuesta más escribir. Cuando éramos crías solo podía pensar en un futuro pensando en mi hermana. Mi hermana se casa, tiene dos hijas, que tienen la suerte de tener una madre con un corazón como el de Nadia.

Ceno con Bea. La echo de menos, ne gustaría que volviéramos a compartir ciudad. Era bonito quedar con ella por las mañanas ninis de Madrid para ir al gimnasio. Conseguimos ir al gimnasio un par de veces, lo solíamos cambiar por un 100 montaditos.

El tiempo. En todas mis reflexiones, Se cuela en cada resquicio de mi mente.  La cuestión eterna. Y redescubro y reconozco otra vez El sueño de una cosa. El tiempo, ¿ese cabrón?

Quedo con Júlia, Vamos a ver a Ada Colau. Júlia está muy guapa. Me dice que sí, que está guapa, que ha follado, ha comido bien y ha hecho una cata de vinos. Le digo que se le nota. Me gusta estar con Júlia. Le cuento que Jonás Trueba ha escrito las Ilusiones después de habernos conocido. De haber conocido a Marc y a ella. Me pregunta por qué.

"Amigos jugando, una conversación nocturna, un bar, una fiesta. Una chica. Una película sobre el cine debería tener todas esas cosas. Mucho de la vida, poco del cine. El cine es sobre todo esa vida."

Por eso creo que me recuerda a ella. A nosotros. Júlia es el cine. Marc es el cine. Lo que vivimos, lo que imaginamos y lo que soñamos de nosotros mismos. El tiempo entre nosotros, al que estamos aprendiendo a no resistirnos. Al que a veces nos resistimos como verdaderas valientes.

Sigo emocionada. No tengo comida y no he escrito el discurso de boda.