mardi 23 mars 2010


EL MENTIROSO


Quisiera decir la verdad. Adoro la verdad. Pero ella no me quiere a mí. He aquí la sincera verdad: la verdad no me quiere. Aún no la he pronunciado cuando muda el rostro y se enfrenta conmigo. Tengo aspecto de mentiroso y todos me miran con desconfianza. No obstante soy sencillo y no me gusta en absoluto la mentira. Lo juro. La mentira siempre acarrea molestias espantosas. Uno se enreda los pies, tropieza, cae y todos se ríen de ti. Cuando me preguntan cualquier cosa quiero decir lo que pienso, quiero responder la verdad. Pero entonces no sé qué me pasa: siento angustia y temor, me da miedo hacer el ridículo y entonces miento: Miento. Así mismo. Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Y una vez tienes el pie metido en la mentira, ya no puedes dejar de ir hasta el final. Y eso no es nada cómodo, os lo juro. ¡Es tan fácil decir la verdad! Es un lujo de gandules: uno está seguro de que no meterá la pata más tarde y se evita complicaciones. Sí, uno puede tener complicaciones en un instante cualquiera, de un momento a otro, pero las cosas se solucionan rápido. La mentira no es una caída en picado, es una montaña rusa que te eleva y te corta la respiración, que te detiene el corazón y te lo sube a la garganta. Si amo, digo que no amo. Y si no amo, digo que amo. Ya os podéis imaginar como continúa la cosa... Valdría más pegarse un tiro en la sien y acabar de una vez…¡Imposible! Ya puedo sermonearme, plantarme delante del espejo del armario y repetirme: no volverás a mentir. Miento. Miento. Miento. Miento en las pequeñas cosas y en las grandes. Y si alguna vez, por azar o sorpresa, sucede que digo la verdad, esa misma verdad me planta cara, se retuerce, se encoge, hace muecas y se convierte en una mentira. Los más pequeños detalles se alían contra mí y demuestran que he mentido. Y no es que sea cobarde. Soy de los que siempre saben qué responder e imagina qué golpes hay que dar. Pero todo es tratarme de mentiroso para que me lo trague, me paralice y me quede callado. Podría contestar: ¡Sois vosotros los que mentís! Pero no me veo con coraje. Dejo que me injurien y reviento de rabia. Y es esta rabia acumulada, que me inunda, la que me hace odiar.
Y no soy mala persona. Incluso diría que soy bueno. Pero sólo es necesario que alguien me trate de mentiroso para que la rabia me ciegue. Y sé que tienen razón. Y que merezco los insultos. Pero así están las cosas: yo no quisiera mentir. Y no soporto que no se entienda que explicar mentiras no me gusta y que el demonio me empuja a hacerlo. ¡Cambiaré! De hecho, ¡ya he cambiado! No volveré a contar mentiras. Encontraré una manera de no mentir más, para no vivir más en el desorden espantoso de la mentira. Me curaré. Saldré de ésta. Y por si no queda claro, os doy la prueba de ello: aquí mismo, en público, me estoy acusando de mis delitos y exhibo mi vicio. Y no creáis que me gusta exhibir mi vicio y que el colmo de mi vicio sea esta misma franqueza. No, no. Me avergüenza. Detesto mis mentiras e iría al fin del mundo antes de verme obligado a cofesarlas.



Jean Cocteau

lundi 22 mars 2010

al final siempre gano




marc,
esa para ti