EL MENTIROSO
Quisiera decir la verdad. Adoro la verdad. Pero ella no me quiere a mí. He aquí la sincera verdad: la verdad no me quiere. Aún no la he pronunciado cuando muda el rostro y se enfrenta conmigo. Tengo aspecto de mentiroso y todos me miran con desconfianza. No obstante soy sencillo y no me gusta en absoluto la mentira. Lo juro. La mentira siempre acarrea molestias espantosas. Uno se enreda los pies, tropieza, cae y todos se ríen de ti. Cuando me preguntan cualquier cosa quiero decir lo que pienso, quiero responder la verdad. Pero entonces no sé qué me pasa: siento angustia y temor, me da miedo hacer el ridículo y entonces miento: Miento. Así mismo. Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Y una vez tienes el pie metido en la mentira, ya no puedes dejar de ir hasta el final. Y eso no es nada cómodo, os lo juro. ¡Es tan fácil decir la verdad! Es un lujo de gandules: uno está seguro de que no meterá la pata más tarde y se evita complicaciones. Sí, uno puede tener complicaciones en un instante cualquiera, de un momento a otro, pero las cosas se solucionan rápido. La mentira no es una caída en picado, es una montaña rusa que te eleva y te corta la respiración, que te detiene el corazón y te lo sube a la garganta. Si amo, digo que no amo. Y si no amo, digo que amo. Ya os podéis imaginar como continúa la cosa... Valdría más pegarse un tiro en la sien y acabar de una vez…¡Imposible! Ya puedo sermonearme, plantarme delante del espejo del armario y repetirme: no volverás a mentir. Miento. Miento. Miento. Miento en las pequeñas cosas y en las grandes. Y si alguna vez, por azar o sorpresa, sucede que digo la verdad, esa misma verdad me planta cara, se retuerce, se encoge, hace muecas y se convierte en una mentira. Los más pequeños detalles se alían contra mí y demuestran que he mentido. Y no es que sea cobarde. Soy de los que siempre saben qué responder e imagina qué golpes hay que dar. Pero todo es tratarme de mentiroso para que me lo trague, me paralice y me quede callado. Podría contestar: ¡Sois vosotros los que mentís! Pero no me veo con coraje. Dejo que me injurien y reviento de rabia. Y es esta rabia acumulada, que me inunda, la que me hace odiar.
Y no soy mala persona. Incluso diría que soy bueno. Pero sólo es necesario que alguien me trate de mentiroso para que la rabia me ciegue. Y sé que tienen razón. Y que merezco los insultos. Pero así están las cosas: yo no quisiera mentir. Y no soporto que no se entienda que explicar mentiras no me gusta y que el demonio me empuja a hacerlo. ¡Cambiaré! De hecho, ¡ya he cambiado! No volveré a contar mentiras. Encontraré una manera de no mentir más, para no vivir más en el desorden espantoso de la mentira. Me curaré. Saldré de ésta. Y por si no queda claro, os doy la prueba de ello: aquí mismo, en público, me estoy acusando de mis delitos y exhibo mi vicio. Y no creáis que me gusta exhibir mi vicio y que el colmo de mi vicio sea esta misma franqueza. No, no. Me avergüenza. Detesto mis mentiras e iría al fin del mundo antes de verme obligado a cofesarlas.
Quisiera decir la verdad. Adoro la verdad. Pero ella no me quiere a mí. He aquí la sincera verdad: la verdad no me quiere. Aún no la he pronunciado cuando muda el rostro y se enfrenta conmigo. Tengo aspecto de mentiroso y todos me miran con desconfianza. No obstante soy sencillo y no me gusta en absoluto la mentira. Lo juro. La mentira siempre acarrea molestias espantosas. Uno se enreda los pies, tropieza, cae y todos se ríen de ti. Cuando me preguntan cualquier cosa quiero decir lo que pienso, quiero responder la verdad. Pero entonces no sé qué me pasa: siento angustia y temor, me da miedo hacer el ridículo y entonces miento: Miento. Así mismo. Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Y una vez tienes el pie metido en la mentira, ya no puedes dejar de ir hasta el final. Y eso no es nada cómodo, os lo juro. ¡Es tan fácil decir la verdad! Es un lujo de gandules: uno está seguro de que no meterá la pata más tarde y se evita complicaciones. Sí, uno puede tener complicaciones en un instante cualquiera, de un momento a otro, pero las cosas se solucionan rápido. La mentira no es una caída en picado, es una montaña rusa que te eleva y te corta la respiración, que te detiene el corazón y te lo sube a la garganta. Si amo, digo que no amo. Y si no amo, digo que amo. Ya os podéis imaginar como continúa la cosa... Valdría más pegarse un tiro en la sien y acabar de una vez…¡Imposible! Ya puedo sermonearme, plantarme delante del espejo del armario y repetirme: no volverás a mentir. Miento. Miento. Miento. Miento en las pequeñas cosas y en las grandes. Y si alguna vez, por azar o sorpresa, sucede que digo la verdad, esa misma verdad me planta cara, se retuerce, se encoge, hace muecas y se convierte en una mentira. Los más pequeños detalles se alían contra mí y demuestran que he mentido. Y no es que sea cobarde. Soy de los que siempre saben qué responder e imagina qué golpes hay que dar. Pero todo es tratarme de mentiroso para que me lo trague, me paralice y me quede callado. Podría contestar: ¡Sois vosotros los que mentís! Pero no me veo con coraje. Dejo que me injurien y reviento de rabia. Y es esta rabia acumulada, que me inunda, la que me hace odiar.
Y no soy mala persona. Incluso diría que soy bueno. Pero sólo es necesario que alguien me trate de mentiroso para que la rabia me ciegue. Y sé que tienen razón. Y que merezco los insultos. Pero así están las cosas: yo no quisiera mentir. Y no soporto que no se entienda que explicar mentiras no me gusta y que el demonio me empuja a hacerlo. ¡Cambiaré! De hecho, ¡ya he cambiado! No volveré a contar mentiras. Encontraré una manera de no mentir más, para no vivir más en el desorden espantoso de la mentira. Me curaré. Saldré de ésta. Y por si no queda claro, os doy la prueba de ello: aquí mismo, en público, me estoy acusando de mis delitos y exhibo mi vicio. Y no creáis que me gusta exhibir mi vicio y que el colmo de mi vicio sea esta misma franqueza. No, no. Me avergüenza. Detesto mis mentiras e iría al fin del mundo antes de verme obligado a cofesarlas.
Jean Cocteau
Thaïs.
RépondreSupprimerMaravilloso. como poner un espejito de mano apuntando al corazón.
yo he sido una mentirosa increible y una encantadora de serpientes de todos los tamaños.
lo estoy dejando
pero no significa que no haya mono.
Te he tomado la imagen prestada para el facebook
es ¿De quién és?te importa?
te quiero, sabes que siempre leo tu blog, desde el primer día.
muak!
mis mentiras no son mentirosas
RépondreSupprimerme he sentido tan identificada que ahora tengo ansiedad y no tengo un cigarro. qué bien leer esto. es como una autoconfesión. vamos a contar mentiras, tralará.
RépondreSupprimerBesito (gabi)