vendredi 13 décembre 2013

La vida de Adele



Siempre me han gustado las películas que se toman en serio el primer amor. Y, más que nada, el primer desamor. La primera vez que tuve el corazón roto me di cuenta de una cosa terrible: una vez que la tristeza se te apodera ya te ha jodido. Vas a estar bastante tiempo hipotecada a ese dolor y, además, nunca más vas a volver a ser la misma amante (la que ama). La gente dice que es mejor, que así se aprende a ir por la vida, pero a mí siempre me va a parecer muy triste dejar de querer con esa impunidad total con la que te lanzas al primer amor. Intento quitarme la coraza antes de enamorarme y muchas veces lo consigo, aunque acabe con el cuerpo lleno de arañazos, golpes y moratones. También consigo que mi corazón se vuelva a encender.A veces con mucha más fuerza que la primera vez, eso sí es verdad. Me encantó La Vida de Adele. El otro día una macarrucha que curiosamente era una copia mala y fea de Emma dijo que el director se podría haber metido por el culo la segunda parte de la película. Evidentemente, yo no hice ni pestañear y me afiancé en la idea de que no hay nada menos atractivo que la vulgaridad. La segunda parte de La Vida de Adele me emocionó por su verdad. Por esa mano que te rodea la garganta y que aprieta, fuerte.  Por esa necesidad de comerte los dedos de la mujer deseada. Por ese llanto al que nada puede poner fin. Por ese ansia de encontrar alivio en polvos no deseados, en un gramo de cocaína o en un puñetazo en el propio estómago. La Vida de Adele tiene que ser así, tiene que estar rodada así. Debemos acompañar ese rostro durante tres horas, hasta que muta con el nuestro. Me da igual si el rodaje fue tortuoso, si los coños de las chicas son de plástico o si Léa Seydoux es una gilipollas. Me parece que hay muchas formas de llegar a la verdad. Y que cuando un filme hunde su dedo índice en tu mismísimo centro y te hace recordar quién eres tú y cómo amas no hay necesidad de argumento crítico. Lo ha conseguido.